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“Orígenes de la inseguridad: veinte años de contravención legal, degradación social, falta de liderazgo político, justicia parcial, una oposición política indolente y una sociedad anestesiada.”

          Resulta harto conocido que, al presidente de la República, actuando con el ministro del Interior, le corresponde la preservación del orden público y la tranquilidad en lo interior. De lo que se desprende que la seguridad pública interna es competencia exclusiva del Estado.

La situación de inseguridad que se vive, es clara consecuencia de veinte años de contravención de leyes, degradación de las normas sociales, laxo ejercicio de la autoridad del Estado, y del actuar de una justicia cuyos máximos representantes no disimularon su parcialidad, obedeciendo claramente a los ideales de los gobiernos de turno. Todo, ante los ojos de una oposición política indolente, y una sociedad anestesiada.

Decisión del ejecutivo, apoyo del legislativo, compromiso del judicial, aptitud policial y madurez política de la oposición, a mi entender, son premisas indiscutibles para articular voluntades, con el impostergable fin de poner las cosas en su lugar, en lo que refiere a seguridad pública.

En principio se necesita un buen MINISTRO. Y un buen ministro no es el “correligionario de confianza” del presidente que ocupa el cargo – no lo asume -, imbuido de la mediocre “cultura del fusible”, que lo lleva a que su preocupación última sea trascurrir su gestión sin grandes sobresaltos. Logro que a la postre, le permitirá proseguir su “carrera política”.

Para ejercer la dirección política de la cartera del Interior, no basta con ser abogado. Al igual que los demás ministerios, el jerarca debe poseer conocimientos en materia de seguridad, y si además posee experiencia, mejor. La sensibilidad y criticidad de esta área del Estado, requiere una persona inteligente, con raciocinio, sentido común, y marcadas aptitudes para ejercer el liderazgo político en un instituto, con las peculiaridades del policial.

Ese ministro, deberá rodearse de los mejores POLICÍAS – en actividad o en retiro -, quienes se constituirán en sus asesores directos. Y en ellos deberá confiar, trasmitirles confianza y dejarlos trabajar. Así debió ocurrir por ejemplo, en ocasión del último clásico, cuando la reunión para planificar la seguridad del partido debió ser entre el jefe del operativo policial y los presidentes de los clubes, porque más allá del “marketing político”, ¿qué podría aportar el Dr. Martinelli?. Para colmo de males, resulta preocupante que tolere y no defienda a su personal, cuando se les acusa de violencia por reaccionar frente a las agresiones generadas al final del encuentro deportivo, por inadaptados que carecen de límites.

Seguidamente, y siempre provenientes del semillero de los mejores policías, el señor ministro habrá de designar a los señores directores: de la Escuela Nacional de Policía (actual DNEP), de la Policía Nacional, así como de las direcciones de Asuntos Internos, Identificación Civil, Migración, del Instituto Nacional de Rehabilitación y de otras direcciones.

Por su parte, el director de la Policía Nacional nombrará a su estado mayor, y a los jefes de policía de todo el país. Cargos que deberán dejar de ser “políticos”, para pasar a ser ocupados por “profesionales”. Debiendo esta selección, ser guiada por los principios de mérito y antigüedad. Esta demás decir que esta forma de selección, honran, entusiasman y comprometen al buen policía, que ¡vaya si los hay!

Entonces, resulta por demás claro que el tema pasa por el recurso humano; por la cantidad y particularmente por la calidad de éste.

El número de efectivos con que cuenta la Policía Nacional es exclusiva competencia del señor ministro. La acertada distribución, y la real disponibilidad de éstos, depende pura y exclusivamente del administrador de esos recursos, es decir del mando.

La calidad sólo se consigue con buenos niveles de reclutamiento, educación, mucha disciplina, instrucción, entrenamiento, y con una buena presencia pública. Aspectos que hacen a la potencial aptitud del policía, a la imagen institucional, y consecuentemente a la confianza que infunde en la sociedad. Y al delincuente, el buen policía lo disuade con su sola presencia.

Esta impresión, es las que nos causa la policía de otros países. Asimismo, son las cualidades que ciertos políticos y la ciudadanía en general, identifican, valoran y señalan en el ejército, cuando piden su incursión en el combate a la delincuencia, que no es exclusivamente el narcotráfico.

Esta reflexión, de por sí muy sumaria, apunta a los primeros pasos de un cambio, que a muy corto plazo urge implementar.

Concurrentemente, el ministro con sus asesores y el mando de la policía con su estado mayor – cada cual a su nivel -, deberán trabajar con mucho ahínco identificando el problema, analizándolo y planteándose soluciones viables. A partir de ahí deberán fijarse metas claras, a alcanzar en el mediano y largo plazo. Por supuesto, que se trata de una labor tan ambiciosa como compleja, que apunta a un gran cambio cultural, que ha de ser liderado por el poder ejecutivo, planificado por el M.I, ejecutado por la policía nacional, respaldado por el legislativo y el judicial, y sin dudas que apoyado por la “no oposición” política. Un asunto que debe encararse ya.

Pues así venga el ejército, o el mago David Copperfield, a sacarle las castañas del fuego al gobierno, y no nos ponemos a analizar los contextos que llevaron a esta situación, ni buscamos eficacia en las respuestas, no queda otra que ponernos unas orejas de burro y colgarnos un cartel de ineptos en el pecho.

Un capítulo aparte, merece la deplorable situación del sistema carcelario en nuestro país. La explicación está en que – no sé desde cuánto tiempo atrás -el Instituto Nacional de Rehabilitación no cumple con sus cometidos esenciales, a saber:

A) El tratamiento de las personas privadas de libertad con fines de rehabilitación y reinserción social, con particular énfasis en el área socio educativa y el trabajo;                                                                            

B)  Los criterios de seguridad que deben garantir la permanencia de las citadas personas en los centros de internación a disposición de los jueces competentes;                                                                                       

C)  Y la gestión eficaz, transparente y adecuada de los recursos humanos y financieros del Estado en todos los centros carcelarios del país.

A este respecto, Cabildo Abierto es el único partido político que, en su programa de gobierno, prevé llevar a cabo una gran reforma carcelaria.

La construcción de una cárcel de máxima seguridad, gestionada por personal militar; así como el uso de uniformes, el disciplinamiento, el estudio y el trabajo para los presidiarios, son algunas de nuestras propuestas.

Lo expresa de manera notable, Víctor Hugo, en «Los miserables» (1862): “Cuando se llega a cierto grado de miseria, lo invade a uno algo así como una indiferencia espectral y se ve a las criaturas como si fueran larvas”.

Dr. Efraín Maciel Baraibar

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